-imperfección coincidente
Justo el pasado febrero, Sean Dunne estrenó dos documentales por su web: Cam Girlz (2015) y Florida Man (2015). Esta ocasión demuestra que Dunne es uno de esos raros cineastas que no sólo son prolíficos (ha realizado 9 cortometrajes, 1 mediometraje y 2 largometrajes) sino consistentes. Gracias a su accesibilidad, la mayoría de sus trabajos están disponibles gratuitamente en su canal de Vimeo, he tenido de la oportunidad de ver la totalidad de su obra.
Estos dos estrenos representan un cruce interesante en su carrera. Cam Girlz venía con la mayor expectativa pues se realizó gracias a una exitosa campaña de Kickstarter y aún así pienso que puede ser lo más flojo que ha hecho hasta ahora. No es que sea mala pero carece de una perspectiva real, simplemente conformándose con depurar los visuales (que sin duda son llamativos) y cayendo demasiado rápido en la redundancia; ya después de los primeros 15 o 20 minutos dice todo lo que iba a decir. Por otro lado, Florida Man, que no pasó por un plan de producción formal (fue hecha casi sin presupuesto o plan de rodaje), se ha posicionado como su mejor película, un trabajo a la vez profundo y sencillo que desarrolla sus intenciones estéticas al servicio de una genuina interacción con el otro que se captura en la cámara.
Sin entrar en los detalles del funcionamiento particular de cada una de sus otras películas, puedo decir que el acercamiento documental de Dunne tiende a ser muy efectivo a nivel emocional. Más allá de las especificidades del contenido, o de encajar lo observado hacia un discurso de objetividades, su cine se destaca por la manera en que se relaciona con sus sujetos. Esto no implica que carece de comentario, o que sólo se presta para observar sin intervenir, sino que el propósito nunca recae exclusivamente en lo dicho. Precisamente, su arte se encuentra en el proceso mismo de la interacción documental, en la exaltación del momento que aún no se coagula como un único resultado. Esa concepción translingüística del individuo, de encontrar una verdad fuera de una estructura cuantificable, se intensifica cuando consideramos el perfil de las personas grabadas.
Desde los fiesteros «white trash hip-hop» en American Juggalo (2011), los motociclistas afroamericanos de Black Bike Week (2013), el músico de «country underground» en Stray Dawg (2011) o los adictos campechanos de Oxyana (2013), sus documentales exploraran comunidades marginadas y/o figuras que son motivo de burla para el mainstream. Evitando adherirse a una opinión pre-concebida, a repetir la misma perspectiva de determinismo mediático que ha encajonado a sus sujetos como «subculturas», su cámara nunca juzga; por lo menos no el sentido moral. Hay una línea muy fina entre la empatía distante, y tiene que ser distante porque la cámara ya lo posiciona como un otro ante el entorno, y la burla bienintencionada que Dunne logra balancear. Los personajes de sus películas no son vanagloriados, ni denigrados; sólo son gente, como cualquiera. En el caso específico de Florida Man, esto se vuelve más complejo aún porque muchos de los entrevistados se encuentran totalmente borrachos o en el proceso. No podemos ignorar que cuando los conocemos frente a la cámara ya están en un estado físico y mental que fácilmente podría ser explotado.
Andando por las entrañas del estado norteamericano de Florida, Florida Man no se presenta como una narrativa convencional. El plan de producción era, sencillamente, grabar a las personas que se encontraran caminando por el área y preguntarles si tienen algunas palabras sabias para la cámara, “any words of wisdom?” según Dunne lo describe en esta entrevista. Ese sentido de espontaneidad es crucial, llevándonos de persona a persona hasta que se nos hace un imagen de la comunidad como un todo sin así restarle a las diferencias de cada individuo. Es una técnica similar a lo que hiciera Heddy Honigmann en Metal y melancolía (1993), quien se montó en varios taxis de la capital de Perú para entrevistar a los chóferes. Ambos documentales comparten el establecer distinciones entre los sujetos. Tanto Honigmann como Dunne permiten que algunos de sus respectivos personajes elaboren cuentos llenos de emoción y verbosidad, mientras que a otros nos los presentan simplemente mirando a la cámara en silencio. Honigmann se encaminaba a encontrar una verdad sobre Perú que sólo podría ser manifestada a través de esa fluidez controlada y es que, cabe recalcar, que tanto ella como Dunne parten de una autolimitación. Metal y melancolía sólo conversa con chóferes, por lo que nunca hablamos con un pasajero. Por su parte, Florida Man, como sugiere el título, busca una perspectiva exclusivamente masculina. Encontrados en las aceras, estacionamientos, playas y patios del pueblo, conocemos a una serie de hombres cuasi anónimos. Ninguno se identifica por nombre, aunque sí hacen relatos personales. El desparrame de cuentos se intercalan entre connotaciones sexuales, sociales, violentas, filiales, coherencias y en ocasiones disparates. Uno nunca sabe lo que saldrá de la boca de los entrevistados, o incluso si luego reaparecerán. Hay un genuino sentido de lo impredecible que también se refleja en la estética. Se hace hincapié sobre la presencia del crew fílmico y hasta se nos muestra parte de las herramientas de producción. No es inusual ver interacciones directas con el micrófono, en más de una ocasión los sujetos cogen el boom en sus manos, o experimentar movimientos bruscos de la cámara. Mantener esos detalles resulta muy propio porque, más allá de su inherente función metatextual, sostiene el propósito de lo espontáneo. (Lo que contrasta enormemente con la «perfección» audiovisual de Cam Girlz.)
Hay muchísimas perspectivas encontradas, dentro y fuera de la pantalla, al punto que la sinopsis se vuelve incalculable. El mejunje de historias, voces, caras, gestos y reacciones se posicionan como el propósito integral; la multiplicidad como coherencia. Precisamente, al culminarla se me ocurre que Florida Man es donde Dunne produce su gran oda sobre el poder del momento individual versus el recuento de la temporalidad como un todo; tendencia que, como mencioné antes, ha ido desarrollando a través de toda su filmografía. El incierto proceso del hacer, que por naturaleza aún no pretende un resultado, provee el ímpetu. Hay un espacio entre el hablar y el escuchar, el momento cuando el yo se fusiona con el otro que tiene a su lado, donde las acciones aún no se configuran como memoria, donde la vida no se encajona bajo el canon de la definición.
Pienso en lo que dijera uno de los personajes sobre la existencia terrenal. El susodicho hombre floridiano (el uno desde los todos que sugiere el título) propone que nuestra realidad es una capa transitoria; o sea, que sugiere que la vida es una antesala y no el fin en si mismo. Según él hay otras dimensiones infinitas, algunas pacíficas, otras violentas, todas distintas. Esta idea, que tiene toques metafísicos y religiosos, es imposible de demostrar o de refutar. Dunne (el escucha que es nuestro interlocutor) sugiere una opción realizable, encontrándose en la dimensión del montaje, donde el uno y el otro son interdependientes del ritmo cinemático.
Al tiempo puedo seguir elaborando sobre sus significados, incluso pudiera ser esporádicamente certero, pero siento que ya he dicho suficiente. Florida Man es un documental sobre el ahora que, verdaderamente, sólo se puede comprender mientras se mira. Hay algo de clichoso en esa declaración, y de vagancia también pues me evita seguir escribiendo, por lo que deberían leerme con pinzas ilusionantes. Ambivalente y confiado ante las consecuencias de mi reseña, como cualquiera de los relatos revelados frente a la cámara de Dunne.
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