-veneno sin culpa
El mundo entero perece, temblando bajo las condiciones de su propio miedo natural, o por lo menos eso es lo que propone Poison (1991) el primer largometraje de Todd Haynes. “Panicky fright”, para ser más preciso, una infantilización apropiada en el contexto de la película. No hay un pánico, sino más bien un paniquito, pues aquí el miedo trasciende el mal, aunque no lo abandona del todo. Prefiere seducir la inocencia, o sea, jugar con sus límites en vez de corromperla.
Poison concierne tres historias (Homo, Horror y Hero), cada una con su protagonista y estilo correspondiente, las cuales vemos en fragmentos de entre cinco o diez minutos. Esta extraña unicidad narrativa, a la vez cohesiva y fragmentaria, es análoga con las obsesiones socio-culturales del filme.
Propiamente, la película comienza con una breve secuencia que persigue a un par de manos pequeñas mientras éstas merodean dentro de una habitación. Los dedos, temblorosos y seguros, acarician la conclusión de cada movimiento, explorando la ropa de mujer y los otros artefactos femeninos que dominan el espacio. De pronto, el espectador se topa con el propósito de la escena. Los movimientos de las manos exuden ilicitud, tal vez no deberían estar ahí, e intuimos que no se supone que estén tocando esas cosas. Se manifiesta una interrupción y dos ancianos detienen nuestra travesía. Ambos gritan sonidos inconclusos, aunque dotados de significado. “¿Qué carajo haces tocando eso?”
El momento nos revela el resto del cuerpo. Ahora lo podemos ver desde afuera y notamos que es un niño. ¿Se supone que la cámara represente la perspectiva infantil (por lo que el tamaño de las manos versus el tamaño de lo que aguantan es evidente), tratando de trasladarnos con ella? ¿O simplemente está obsesionada con la inocencia? ¿Estamos adentro o estamos afuera? ¿Experiencia o recuerdo? Esta primera escena no es parte de ninguna de las tres historias, o por lo menos de sus narrativas respectivas, sino que más bien sirve como ancla temático del todo.
Aunque el desarrollo de la película ocurre en los ya mencionados intervalos narrativos, me parece que la mejor manera de abordar el resto de la película es tomar cada una de las tres historias por su cuenta.
Homo comienza con el regreso de un hombre, Tom, a prisión. En el camino hacia su nuevo hogar, nuestro protagonista recuerda su pasado en una institución juvenil. Su mente se encuentra en una boda que presenció, y de la que posiblemente también fue partícipe, entre dos jóvenes presidiarios. A través de un voice-over, explica que la única manera en la que se puede considerar a sí mismo como persona, como individuo particular, es cuando se tornó miembro de un contexto puramente varonil. Por ende la cárcel, el hogar de su verdadera familia; todos hombres, todos culpables, nadie más que nadie, su comunidad idónea. Hay una secuencia clave, un long-take que persigue el cigarrillo que Tom acaba de prender. La cámara se mantiene fijada en el fuego mientras el cigarrillo se aventura entre los dedos y las bocas de sus compañeros.
Esto representa su presente histórico, pero su mente siempre oscila entre su ahora y su adolescencia. El secreto parece ser la génesis de aquella boda misteriosa. Me parece curioso que en su representación de la vida como joven presidiario los guardias penales están ausentes. Tampoco hay barrotes o cualquier otra estructura normalmente asociada con una cárcel; de hecho parece haber estado exclusivamente en el campo, disfrutando de un cielo incesantemente azul. En su condición actual, de preso en una institución “adulta”, el entorno no es tan ideal, aunque cabe señalar que tampoco se ven, ni se escuchan, a los guardias; aquí Tom está rodeado de cemento frío, de sombras anónimas y constantes, y sobre todo de la encerrona de sus propios deseos sexuales.
Horror, por su parte, también establece una dicotomía entre el deseo sexual humano y la manera en que éste se desempeña ante su entorno social. La gran diferencia es la estética empleada. En Homo nos rodea una gama de colores y sensaciones anfibológicas que contrastan con la rigidez establecida en Horror, la cual (como sugiere su título) emula al cine de horror cincuentero. Esta historia emplea un narrador omnisciente, a diferencia del subjetivo Tom, que nos habla del protagonista antes de que podamos conocerlo. Esta voz, asegurada y paciente, nos explica sobre la tribulación principal, la narrativa de un científico que busca descubrir los misterios del libido humano para estudiar cómo éstos podrían ser utilizados para mejorar la sociedad.
Eventualmente, se logra encontrar la esencia de la libido, el cual destilan a su estado más puro: un líquido transparente (y extremadamente indistinguible) que el científico central termina ingiriendo accidentalmente. Su cuerpo comienza a brotar llagas que pronto cubrirán su cara, lo que prontamente hace que se sienta enajenado de la humanidad, contagioso. Aun así, el científico trata de continuar su trabajo, de encontrar una cura y de disfrutar de un vida normal, pero al besar a su amada, quien no tan sólo se infecta sino que muera casi al instante, descubre que su condición lo ha convertido en un verdadero peligro social. Ahora conocido como el “leper killer”, se vuelve la escoria de la comunidad.
Al concluir la contagiosa osadía, el narrador nos la describe como el decaimiento del hombre en su propia oscuridad, lo cual asegura es “a statement both true and false”. Esa oscuridad, intuyo, está adentro del científico, revolcándolo en un horror inaguantable.
Si bien es cierto que las ya discutidas Homo y Horror logran un interesante comentario (en ambos casos a través de la exageración caricaturesca) sobre la innata ridiculez de las acepciones culturales que mancillan el impulso sexual humano, entiendo que el sistema estético de la tercera historia presenta una reflexión sobre el cine en sí, y sobre el acto mismo de interpretar/representar, particularmente necesaria.
En Hero nos adentramos en las múltiples narrativas que surgen alrededor de un misterioso niño, llamado Richie Beacon, que ascendió de cuerpo entero a los cielos poco después de asesinar a su padre. Para esta historia, Todd Haynes usa la modalidad del falso-documental, que nos permite la ilusión de que hay una participación consciente de sus personajes, quienes saben que están siendo grabados, conocen de antemano la posibilidad de un público y, por ende, están condicionados a un tipo de comportamiento más comedido.
El objeto de discusión es Richie, con la intención de encontrar los trazos que lo llevaron al parricidio. Todo el mundo lo describe como un niño inteligente y extremadamente privado que no se relaciona más allá de sus palabras, las cuales compone en historias extrañas. Richie parece tener una autoridad hipnótica sobre los demás, lo que fomentó una animosidad compartida por todos menos su madre. Curiosamente, el niño no demuestra emoción ante sus circunstancias, sino que permanece siempre pasivo; incluso cuando uno de sus compañeros de clase lo golpea violentamente. Además, según nos dicen los «entrevistados», posee una fuerza sobrenatural.
Al ser un “documental” sobre una persona que no está presente (sólo sabemos lo que otros piensan sobre él) las historias son necesariamente conflictivas; su madre puede verlo como una extensión de Dios, pero el resto de la comunidad le adjudica una maldad inherente. Sin embargo, la escena clave de Hero yace no en una acción de Richie, sino en algo que éste presencia; el momento en donde el objeto se convierte en espectador.
Un día, habiendo salido temprano de la escuela, Richie llega a su casa y se encuentra con la imagen de su mamá teniendo relaciones sexuales con el jardinero. Tanto el significado del evento como la manera en la que se nos lo presenta son de suma importancia. Es el momento donde Hero se desvía de los límites estéticos autoimpuestos (su capacidad de falso-documental) haciendo evidente su carácter puramente ficticio/superficial.
Vemos el momento exacto en el que Richie abre la puerta. El niño se encuentra con una escena sobrepuesta de un hombre y una mujer desnudos. La mujer, su madre, mira hacia la cámara, hacia Richie, hacia nosotros, invitándonos a fijar la mirada. Nos acercamos a ella y la puerta se convierte en el marco de su cara. La artificiosidad del momento es palpable; el niño no está tan siquiera en el mismo plano espacial que su madre, quién ahora es más celuloide que persona. Sin embargo, esto no la da mayor levedad al niño, sino que nos recuerda que Richie no es más que la noción de un menor, un revuelo de percepciones que no parece adherirse a ninguna realidad concreta. A diferencia del preso y del doctor, la sexualidad del niño no sale de él mismo, sino que es algo que presencia; observar sin tocar.
Más allá de las connotaciones sexuales que atan cada una estas tres historias venenosas de Haynes, éstas están intrínsecamente relacionadas por la inocencia que consume a cada uno de sus personajes. Horror, que trata una temática sumamente compleja (las enfermedades de transmisión sexual y sus efectos; tanto emocionales como físicos) es narrado de la manera más sencilla y universal. Su existencia dentro de la rigidez estructural que todo buen cine-b de horror cincuentero posee (la estructura de sus diálogos, el tipo de música empleado, los ángulos que toma la cámara y su ausencia de color) es representativo de cómo un niño se adaptaría a las circunstancias de algo tan trágico como la enfermedad.
Ante este dolor, que puede provenir de la mente y/o del cuerpo, el hombre revierte a su estado infantil, intercambiando su visión actual del mundo por una más manejable. Su realidad es ahora otra de las películas que disfruto de niño, el Horror que es simultáneamente incómodo y excitante. Lo mismo con Homo que idealiza la cárcel juvenil, presentándola más como una extensión del paraíso que castigo. Es ideal porque se encuentra en el pasado, porque contextualiza la niñez de su protagonista, visión que contrasta con la realidad de su estado actual, en la cárcel solitaria y oscura. En Hero, sin embargo, el sujeto es concretamente niño pero no así inocente.
He pensado que tal vez hay una correlación narrativa entre las tres historias, que Richie, el Hero, terminó convirtiéndose en el preso de Homo, quién por su parte evoluciona en el científico de Horror. El niño comienza en un entorno cruel e injusto y termina con un estado mental completamente ilusorio, madurando de los colores mudos de su niñez, atravesando la vibrante coloración de su adolescencia prolongada y finalmente desembocando en la mentalidad estilizada del cine, donde la inocencia puede ser reproducida hasta el infinito.
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