Tres días con el Festival de Cine Internacional de San Juan

El Festival de Cine Internacional de San Juan suele ser desorganizado, por ejemplo siempre se tardan en anunciar la programación (también hacen cambios de manera tan súbita que es difícil planificar un itinerario), pero es de los mejores espacios para ver el cine que el monopolio de Caribbean Cinemas tiende a excluir de nuestras salas. Durante los últimos dos años tuve la oportunidad de asistir con mis pases de prensa (cuando colaboraba como crítico de cine en Diálogo Digital y Bonita Radio) y la verdad es que la experiencia ha sido mayormente grata. Está chévere cuando traen algunas de las películas sobre las que uno ha leído, pues aun cuando no prueban ser satisfactorias nos mantienen participando en el diálogo internacional del cine contemporáneo.

Este año regresé al festival. Hubo tres días de proyección antes del lanzamiento de la presente edición de la Revista docuCaribe. Abajo mi breve crónica al respecto.


Jueves 24 de octubre de 2014

Hoy sólo tuve la oportunidad de ver una: Cinema Puerto Rico: Una antropología visual (2014), de Freddie Rodríguez y Mariel C. Marrero. Por un lado, hay que decir que es un documental bastante convencional en su forma, con la dependencia en talking heads (todos con la misma puesta en escena), la narración de grandilocuencia inmeritoria (con ese pomposo tono de voz de los declamadores) y el meramente servicial uso del material del archivo. La verdad es que no funciona mucho como cine en si, se siente como un vídeo educativo y nada más, pero el desarrollo de su argumento cómo texto sí es interesante.

Más ensayo que película (sin tampoco ser un filme-ensayo), se logra hacer un recuento coherente de la producción audiovisual en Puerto Rico. Sobre todo, es muy efectiva en la primera mitad donde elaboran sobre los comienzos del cine a principios del Siglo XX hasta la primera etapa post-DIVEDCO. Durante esta sección, el documental hace un buen caso sobre el vaivén identitario del cine puertorriqueño de la época, dándole merecida importancia a proyectos cómo la División de Educación de la Comunidad (que era a la vez arte y propaganda) y al cine de corte más entretenido-comercial cómo las películas de Machuchal, La criada malcriada, Correa Cotto y hasta dramatizaciones sobre Toño Bicicleta.

Sin embargo, cuando llega a Dios los cría (1980), el llamado punto de partida para el cine de autor portorricencis, la narrativa se diluye y perdemos tanto el sentido histórico (es muy fragmentaria para hacer un argumento general), cómo la sensación de cuál fue el efecto de estos trabajos en el público. De hecho, me parece que el tema de las maneras que se consumen (o no se consumen) las películas puertorriqueñas en el Puerto Rico actual merece mayor desarrollo. La intervención sobre la distribución local es demasiado breve y, en mi opinión, carente en su exploración crítica; tanto hacia los cines como hacia los cineastas.

Igual valió la pena verla. Comenzar mi experiencia de un festival de cine internacional con un trabajo nativo es buen indicio.


Viernes 25 de octubre de 2014

Esta vez fueron tres películas. La tarde comienza con De pez en cuando (2014), película dominicana de la cual no sabía nada. Me gustó. Es una comedia de enredos cuyos desenlaces son ridículos sin ser forzados. El director Francisco Valdez, en su ópera prima, logra un tono de espontaneidad que si bien no es verosímil, ningún personaje es reconocible en el mundo real, provee la elasticidad necesaria para propulsar la trama y mantenernos entretenidos.

Lo más raro fue verla en una sala casi vacía. Eran las 2:00 PM de un día regular de trabajo, que es entendible la poca asistencia, pero siempre me resulta chocante ver una comedia en silencio, sin el coro alentador que este tipo de experiencia cinemática requiere. Sólo había otra persona. Era una señora bastante mayor que yo, que estaba sentada al final. Igual noté su sonrisa, por lo que intuyo también disfrutó con la película.

Valdez-De pez en cuandoEste breve formato no me permite elaborar muchísimo, pero debo señalar que hay un gran desacierto en De pez en cuando y es que la femme fatale, el personaje que mueve las ruedas narrativas, resaltaba por su incompetencia como actriz. Sobre todo, su acento de latina “neutral” (como de telenovelas) chocaba con el resto de los personajes. Pienso en el dilema de las voces naturales en el cine. Acá en Puerto Rico una de las críticas más recurrentes es que nuestros actores no hablan como “el pueblo”. Esto es una media-verdad, porque si bien es cierto que hay una tendencia de enunciar al estilo del teatro, también es cierto que ésta es una técnica que un buen cineasta pudiera utilizar como efecto de extrañamiento.

Tal vez es que siempre hay un choque cultural ante cualquier modo de auto-representación y me pregunto si los dominicanos que vean la película pensarían que la actriz en cuestión no es la única, sino que todas las actuaciones se alejan de una representación fidedigna de su realidad nacional. Aunque reconozco que esto sería imposible de cuantificar. Ningún país tiene una cultura completamente homogénea y lo que es raro para unos puede ser normal para los demás.

Este pensamiento se intensificó con mi leída de la 2nda película que vi, el docudrama suizo Der Kreis (2014). Mezclando elementos de ficción con entrevistas documentales de los sujetos representados en la narrativa, el filme de Stefan Haupt fue sumamente efectivo. Siguiendo el desarrollo de un romance que culminó con la primera boda gay de Suecia, se hace un comentario mayor sobre los embates de la sexualidad en la Europa de la posguerra.

Con todo el debate que hay ahora en Puerto Rico sobre el matrimonio homosexual, la película prueba ser muy necesaria. De hecho, me sorprendería que después de pasar un tiempo con estos personajes cualquiera se quede enfoscado en mantenerlo ilegal.

Lo interesante de las implicaciones políticas de Der Kreis es que no depende de un discurso abstracto. Mantener el enfoque en una perspectiva tan particular, en el desarrollo amoroso entre los ahora casados Ernst Ostertag y Röbi Rapp, fue una buena decisión. A través de ellos, ambos partícipes de la escena social del grupo “El Círculo” (sociedad secreta que era uno de los pocos enclaves de la comunidad homosexual de la época), conocemos sobre las diferentes visiones de la vida gay. Incluso desde el relato de los protagonistas se puede ver esa distinción. Röbi es abierto y tiene el apoyo completo de su madre, mientras que Ernst nunca le dijo a sus padres que era gay, inventándose historias de novias que nunca existieron. Su hermana sólo se enteró cuando recibió la invitación para la boda; para ese entonces ya tenía más de 70 años.

El explorar los diferentes niveles de aceptación social sobre lo otro, resalta el hecho de que lo normal para unos es raro para otros.

Ya cuando arribé a la 3ra y última película del día, el sentido de lo otro-ilícito vis a vis lo cotidiano se vuelve exponencial. Verdades y Mentiras (2014), no es una película “buena”, sinceramente, pero me entretuvo bastante. Es un thriller sicosexual sobre los límites de la fidelidad de pareja y el inherente goce de lo prohibido. Conocemos a una joven que está pronta a casarse pero su comprometido es un “mongo” (según ella se lo describe a sus amigas) que no la satisface. Esa carencia sexual la lleva al mundo del Internet donde se hace miembro de un chat-room privado conocido como “Sociedad Erótica”. Al principio tiene cybersexo, pero el deseo se vuelve muy grande y hace planes para un encuentro físico.

De ahí en adelante la trama se retuerce en giros inverosímiles, dictados demasiado en las casualidades, que igual mantuvieron un ritmo de ridiculez agradable; medio John Waters sin la ironía, medio Paul Verhoeven sin el subtexto.

En términos meramente técnicos, tiene muchas fallas pero en realidad eso nunca me distrajo. El tono de híper sexualidad en los diálogos pero castidad en los visuales hace una disparidad interesante.

Pienso en las clasificaciones del podcast The Flop House, que se concentra en ver y discutir películas rechazadas por la audiencia general o por la crítica. Al final de cada episodio los animadores hacen un juicio sobre lo visto y las catalogan bajo tres renglones. “Bad Bad Movie” (mala sin redención), “Good Bad Movie” (tal vez no muy buena pero sí entretenida) y “Movie you actually like” (que no merece la fama de incompetencia que tiene). Para mí, Verdades y Mentiras caería bajo “Good Bad Movie”, que por lo general se designa al cine que denota un aire de diversión en su producción, de que hicieron lo que quisieron aunque no haga total sentido al final. El cine puertorriqueño necesita que este tipo de osadía sea más frecuente. Hay que crear un espacio para lo visceral, aun cuando falle.


Sábado 26 de octubre de 2014

Entonces llegó la primera (y por suerte única) película del festival que simplemente no disfruté. Party Girl (2014), que por alguna razón que no comprendo  ganó la Caméra d’Or durante el pasado festival de Cannes, es una aburrida historia sobre una mujer que intenta dejar su vida cabaretera para casarse con un hombre que no ama pero que le provee estabilidad.

La verdad que no tengo mucho que decir. Es uno de esos proyectos donde todo es relativamente competente (por ejemplo, las actuaciones y la edición son convencionalmente “buenas”) pero no funciona como un todo. Nunca logró que me importara y pasé más tiempo regresando al reloj que envolviéndome en la trama. Creo que el término más apropiado para describirla es insulsa.

10001479_753157491422434_1234795459_nLo que vi después también tuvo sus desaciertos, pero me mantuvo interesado en todo momento. El lugar del hijo (2013), del uruguayo Manolo Nieto, es una película bifurcada. Hay dos narrativas relacionadas, pero independientes entre sí.

Aunque siempre se mantiene con el mismo personaje, en momentos se sentía como si estuviese viendo dos películas diferentes. Una sobre las consecuencias de la muerte un padre que le dejó muchísimas deudas a su hijo y la otra sobre las diferentes maneras en que se llevan las protestas sociales en la capital uruguaya versus el campo. El protagonista es representante del consejo estudiantil de la Universidad en Montevideo que al momento se encuentra ocupada por los estudiantes. Al llegar a su pueblo natal, para bregar con los asuntos de su padre, se inserta en el proceso huelgario del recinto local donde encuentra unas dinámicas de la protesta más concentradas en la joda que en lo político. Estas secuencias son la mejor parte la película.

Comprendo la inclusión de la otra sección, con el protagonista encontrándose con los hombres a quien su padre le debe dinero y las maneras en que éstos se tratan de aprovechar de él para recibir algún pago, pero funciona más mientras la considero que cuando la veía.

Creo que merece otra leída, por lo que me reservaré la posibilidad de luego escribir algo más extenso. Por lo pronto, puedo decir que le encontré connotaciones existencialistas en su exploración sobre la presente generación de jóvenes-adultos.

Y la aventura terminó con Stray Dogs (2014), que es la que más difícilmente se puede discutir a tan sólo unas horas de haberla visto. Supuestamente la despedida cinematográfica de Tsai Ming-liang, la película es una mirada melancólica sobre la nación, la familia y el amor.

Poblada de planos extensos, mayormente contrapicados que le dan mayor protagonismo visual al espacio que a los sujetos, conocemos a un hombre que trabaja aguantando un letrero en medio de la carretera. Los carros le pasan por el lado con indiferencia mientras sostiene propaganda de una agencia de bienes raíces. Aunque su trabajo es parte (minúscula pero esencial) de la industria de vender tierras, el protagonista vive en un edificio abandonado con sus hijos.

Hay algunas incidencias con una mujer que trabaja en el supermercado donde los niños roban comida, pero en realidad esto no es una película dictada por la narrativa de hechos. Hay grandes momentos individuales, como la escena donde el hombre rompe con su estoicismo de aguantar el letrero y comienza a cantar lo que parece ser una canción tradicional sobre la responsabilidad moral del ejercito ante el imperio, pero también hay ocasiones donde la sensación de aburrimiento (algunos planos son tan extensos que trascienden el tedio) sobrecoge al momentum. De todas formas nunca provocó un hastió real, curiosamente, y al final me sentí encausado en una experiencia irrepetible.

La verdad que pudiera seguir elaborándola, pero no estoy seguro si debería. Esto es uno de los pocos trabajos que he visto recientemente donde el cliché de «sólo se puede apreciar en la pantalla grande» aplica. No es tanto por la pasividad o el preciosismo de su cinematografía, sino por el sentido del espacio que éste tipo de experiencia comunal nos provee. Al igual que los personajes de Ming-liang, me sentí como un intruso sobre la estructura. El espectador es siempre fantasma mientras pasamos tiempo con cualquier película. La clave está en revivir, en recobrar el potencial de nuestros cuerpos y nuestros pensamientos una vez tenemos la oportunidad de salir y considerar a plenitud lo visto.

Todavía faltan 4 días del festival. Hay que aprovecharlos.

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